martes, 16 de marzo de 2010

Mensaje de Benedicto XVI para la XXV Jornada Mundial de la Juventud, Roma (28 de marzo de 2010)

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lunes, 15 de marzo de 2010  

Traducción de la Revista Ecclesia

Invitación al seguimiento de Cristo para una vida intensa y provechosa

«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17)

Queridos amigos:


Se celebra este año el XXV aniversario de la institución de la Jornada Mundial de la Juventud, convocada por el Venerable Juan Pablo II como cita anual de los jóvenes creyentes del mundo entero. Se trata de una iniciativa profética que ha producido frutos abundantes, al dar a las nuevas generaciones cristianas la posibilidad de reunirse, ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, descubrir la belleza de la Iglesia y vivir experiencias fuertes de fe que han impulsado a muchos a decidir entregarse totalmente a Cristo.

La presente XXV Jornada constituye una etapa hacia el próximo Encuentro Mundial de los Jóvenes, que tendrá lugar en agosto de 2011 en Madrid, adonde espero que acudáis numerosos para vivir ese acontecimiento de gracia.

Para prepararnos a esa celebración, quisiera proponeros algunas reflexiones sobre el tema de este año: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 17), tomado del episodio evangélico del encuentro de Jesús con el joven rico; un tema afrontado ya, en 1985, por el papa Juan Pablo II en una maravillosa Carta, dirigida por vez primera a los jóvenes.

 
 

1 Jesús se encuentra con un joven

 
 

«Cuando salía Jesús al camino –narra el Evangelio de San Marcos–, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?". Jesús le contestó: "¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño". Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: "Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–, y luego, sígueme". A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico» (Mc 10, 17-22).

Este relato expresa de manera eficaz la gran atención de Jesús hacia los jóvenes, hacia vosotros, hacia vuestras expectativas, vuestras esperanzas, y muestra cuán grande es su deseo de tener un encuentro personal y de entablar un diálogo con cada uno de vosotros. Cristo, en efecto, detiene su camino para responder a la pregunta de su interlocutor, manifestando plena disposición hacia aquel joven, al que un ardiente deseo impulsa a hablar con el «Maestro bueno» para aprender de él a recorrer el camino de la vida. Con este pasaje evangélico, mi antecesor quería exhortar a cada uno de vosotros a «desarrollar el propio coloquio con Cristo, un coloquio que es de importancia fundamental y esencial para un joven» (Carta a los jóvenes, n. 2: ECCLESIA 2.216 [1985/I], pág. 427).

 
 

2 Jesús se le quedó mirando con cariño

 
 

En el relato evangélico, San Marcos subraya que «Jesús se le quedó mirando con cariño» (cf. Mc 10, 21). En la mirada del Señor está el corazón mismo de tan especialísimo encuentro y de toda la experiencia cristiana. Y es que el cristianismo no es ante todo una moral, sino experiencia de Jesucristo, que nos ama personalmente, ya seamos jóvenes o viejos, pobres o ricos; nos ama también cuando le damos la espalda.

Comentando esta escena, el papa Juan Pablo II añadía, dirigiéndose a vosotros, los jóvenes: «¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mira con amor!» (Carta a los jóvenes, n. 7: ECCLESIA cit., pág. 431). Un amor que se manifestó en la cruz de manera tan plena y total que le hizo escribir a San Pablo con estupor: «Me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2, 20). «La conciencia de que el Padre nos ha amado siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre –escribe también el papa Juan Pablo II–, se convierte en un sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana» (Carta a los jóvenes, n. 7: ECCLESIA cit., pág. 432) y nos permite superar todas las pruebas: el descubrimiento de nuestros pecados, el sufrimiento, el desánimo.

En este amor se encuentra la fuente de toda la vida cristiana y la razón fundamental de la evangelización: si nos hemos encontrado realmente con Jesús, no podemos dejar de testimoniarlo a aquéllos cuyas miradas aún no se han cruzado con la suya.

 
 

3 El descubrimiento del proyecto de vida

 
 

En el joven del Evangelio podemos vislumbrar una condición muy similar a la de cada uno de vosotros. Vosotros también sois ricos en cualidades, energías, sueños, esperanzas: recursos todos que poseéis con abundancia. Vuestra propia edad constituye una gran riqueza no sólo para vosotros, sino también para los demás, para la Iglesia y para el mundo.

El joven rico le pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que hacer?». La época de la vida en la que estáis inmersos es tiempo de descubrimiento: de los dones que Dios os ha otorgado y de vuestras responsabilidades. Es, también, tiempo de elecciones fundamentales para la construcción de vuestro proyecto de vida. Es el momento, por lo tanto, de interrogaros sobre el sentido auténtico de la existencia y de preguntaros: «¿Estoy satisfecho con mi vida? ¿Me falta algo?».

Como el joven del Evangelio, acaso vosotros también viváis situaciones de inestabilidad, de turbación o de sufrimiento que os impulsan a aspirar a una vida no mediocre y a preguntaros: ¿En qué consiste una vida lograda? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cuál podría ser mi proyecto de vida? «¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido?» (ibíd., n. 3: ECCLESIA cit., pág. 427).

No temáis afrontar estos interrogantes que, lejos de venceros, expresan las grandes aspiraciones que están presentes en vuestro corazón, por lo que han de ser atendidos, pues aguardan respuestas no superficiales, sino capaces de satisfacer vuestras auténticas expectativas de vida y de felicidad.

Para descubrir el proyecto de vida que puede haceros plenamente felices, poneos a la escucha de Dios, que tiene un designio suyo de amor para cada uno de vosotros. Preguntadle con confianza: «Señor, ¿cuál es tu designio de Creador y Padre sobre mi vida? ¿Cuál es tu voluntad? Yo deseo cumplirla». Tened la seguridad de que os responderá. ¡No tengáis miedo de su respuesta! «Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo» (1 Jn 3, 20).

 
 

4 Ven y sígueme

 
 

Jesús invita al joven rico a ir bastante más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y de sus proyectos personales; le dice: «Ven y sígueme». La vocación cristiana nace de una propuesta de amor del Señor, y sólo puede hacerse realidad gracias a una respuesta de amor: «Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de sus vidas, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios. Los santos acogen tan exigente invitación y se ponen con docilidad humilde a seguir a Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, según la lógica de la fe a veces incomprensible desde el punto de vista humano, consiste en no ponerse ya a sí mismos en el centro y en optar por ir a contracorriente, viviendo conforme al Evangelio» (Benedicto XVI, Homilía en la canonización de los beatos Zygmunt Szczesny Felinski, Francisco Coll, Jozef Damiaan De Veuster, Rafael Arnaiz y Jeanne Jugan, 11-10-09: ECCLESIA 3.489 [2009/II], pág. 1583).

Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Cristo, acoged vosotros también con alegría, queridos amigos, la invitación al seguimiento, para vivir intensa y provechosamente en este mundo. En efecto, mediante el Bautismo él llama a cada uno a seguirlo con acciones concretas, a amarlo por encima de todo y a servirlo en los hermanos. Por desgracia, el joven rico no aceptó la invitación de Jesús y se marchó pesaroso. No había tenido el valor de desprenderse de los bienes materiales para encontrar el bien mayor propuesto por Jesús.

La tristeza del joven rico del Evangelio es la misma que nace en el corazón de cada uno de nosotros cuando no tenemos el valor de seguir a Cristo, de hacer la elección adecuada. ¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!

Jesús no se cansa jamás de mirar con amor y de llamar a ser discípulos suyos, pero a algunos les propone una elección más radical. En este Año Sacerdotal, quisiera exhortar a los jóvenes y a los muchachos a prestar atención por si el Señor los invita a un don más grande en el camino del sacerdocio ministerial, y a estar dispuestos a acoger con generosidad y entusiasmo semejante señal de predilección especial, emprendiendo con un sacerdote, con su director espiritual, el necesario camino de discernimiento. Tampoco temáis, queridos y queridas jóvenes, si el Señor os llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de consagración especial: ¡él sabe dar alegría profunda a quienes responden con valentía!

Invito, además, a cuantos sienten la vocación del sacerdocio, a acogerla con fe, comprometiéndose a poner unas bases sólidas para vivir un amor grande, fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la Iglesia.

 
 

5 Orientados hacia la vida eterna

 
 

«¿Qué haré para heredar la vida eterna?». Esta pregunta del joven del Evangelio se antoja alejada de las preocupaciones de muchos jóvenes contemporáneos, ya que, como observaba mi antecesor, «¿no somos nosotros la generación a la que el mundo y el progreso temporal llenan completamente el horizonte de la existencia?» (Carta a los jóvenes, n. 5: ECCLESIA 2.216 [1985/I], pág. 428). Pero la pregunta sobre la «vida eterna» aflora en momentos particularmente dolorosos de la existencia, cuando sufrimos la pérdida de un allegado o cuando vivimos la experiencia del fracaso.

Pero, ¿qué es esa «vida eterna» a la que se refiere el joven rico? Nos lo ilustra Jesús cuando, dirigiéndose a sus discípulos, afirma: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16, 22). Son palabras que indican una propuesta entusiasmante de felicidad sin fin, de la alegría de verse colmados de amor divino para siempre.

Interrogarnos acerca del futuro definitivo que nos aguarda a cada uno da plenitud de sentido a nuestra existencia, ya que orienta el proyecto de vida hacia horizontes no limitados y pasajeros, sino amplios y profundos, que impulsan a amar el mundo –tan amado por el mismo Dios–, a dedicarnos a su desarrollo, pero siempre con la libertad y la alegría que nacen de la fe y de la esperanza. Se trata de horizontes que nos ayudan a no extremar las realidades terrenales, sabedores de que Dios nos prepara una perspectiva más grande, y a repetir con San Agustín: «Deseemos juntos la patria celestial, suspiremos por la patria celestial, sintámonos peregrinos aquí abajo» (Comentario al Evangelio de San Juan, Homilía 35, 9). Manteniendo puesta la mirada en la vida eterna, el Beato Pier Giorgio Frassati, muerto en 1925 con 24 años de edad, decía: «¡Quiero vivir, y no dejarme vivir!», y en la foto de una escalada, enviada a un amigo, escribía: «Hacia arriba», aludiendo a la perfección cristiana, pero también a la vida eterna.

Os exhorto, queridos jóvenes, a no olvidar esta perspectiva en vuestro proyecto de vida: estamos llamados a la eternidad. Dios nos ha creado para que estemos con él, para siempre. Dicha perspectiva os ayudará a dar plenitud de sentido a vuestras elecciones y calidad a vuestra existencia.

 
 

6 Los mandamientos, senda del amor auténtico

 
 

Jesús le recuerda al joven rico los diez mandamientos como condiciones necesarias para «heredar la vida eterna». Son puntos de referencia esenciales para vivir en el amor, para distinguir claramente el bien del mal y construir un proyecto de vida sólido y duradero. También a vosotros os pregunta Jesús si conocéis los mandamientos, si os preocupáis por formar vuestra conciencia conforme a la ley divina y si los lleváis a la práctica.

Ciertamente se trata de preguntas que van a contracorriente respecto a la mentalidad actual, que propone una libertad desvinculada de valores, de reglas, de normas objetivas, y que invita a negar toda limitación a los deseos del momento. Pero este tipo de propuesta, en vez de llevar a la libertad verdadera, hace del hombre un esclavo de sí mismo, de sus deseos inmediatos, de ídolos como el poder, el dinero, el placer desenfrenado y las seducciones del mundo, incapacitándolo para seguir su vocación nativa al amor.

Dios nos da los mandamientos porque quiere educarnos en la libertad verdadera, porque quiere construir con nosotros un Reino de amor, de justicia y de paz. Escucharlos y llevarlos a la práctica no significa alienarse, sino encontrar la senda de la libertad y del amor auténticos, ya que los mandamientos no limitan la felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Al inicio de su diálogo con el joven rico, Jesús recuerda que la ley dada por Dios es buena, porque «Dios es bueno».

 
 

7 Os necesitamos

 
 

Quienes viven hoy la condición juvenil se ven enfrentados a muchos problemas derivados del desempleo, de la falta de referencias ideales seguras y de perspectivas concretas para el futuro. A veces pueden tener la sensación de la propia impotencia ante las crisis y las tendencias actuales. Pese a la dificultad, ¡no caigáis en el desánimo y no renunciéis a vuestros sueños! Cultivad, por el contrario, en vuestros corazones deseos profundos de fraternidad, de justicia y de paz. El futuro está en las manos de quienes saben buscar y encontrar razones fuertes de vida y de esperanza. Si queréis, el futuro está en vuestras manos, pues los dones que el Señor ha puesto en el corazón de cada uno de vosotros, forjados por el encuentro con Cristo, pueden traer esperanza auténtica al mundo. La fe en su amor, al haceros fuertes y generosos, os dará el valor de afrontar con serenidad el camino de la vida y de asumir responsabilidades familiares y profesionales. Comprometeos a construir vuestro futuro por medio de itinerarios serios de formación personal y de estudio, para servir de manera competente y generosa al bien común.

En mi reciente Carta encíclica sobre el desarrollo humano integral, Caritas in veritate, he indicado algunos grandes retos actuales que se revelan urgentes y necesarios para la vida de este mundo: el uso de los recursos de la tierra y el respeto a la ecología; la justa compartición de los bienes y el control de los mecanismos financieros; la solidaridad con los países pobres en el seno de la familia humana; la lucha contra el hambre en el mundo; la promoción de la dignidad del trabajo humano; el servicio a la cultura de la vida; la construcción de la paz entre los pueblos; el diálogo interreligioso; el buen uso de los medios de comunicación social.

Son desafíos a los que estáis llamados a responder para construir un mundo más justo y fraternal. Son desafíos que exigen un proyecto de vida riguroso y apasionante en el que poner toda vuestra riqueza, según el designio de Dios sobre cada uno de vosotros. No se trata de realizar gestas heroicas o extraordinarias, sino de actuar aprovechando los propios talentos y las propias posibilidades, comprometiéndose a progresar constantemente en la fe y en el amor.

En este Año Sacerdotal, os invito a conocer la vida de los santos, especialmente la de los santos sacerdotes. Veréis que Dios los ha guiado y ellos han encontrado su camino día tras día, precisamente en la fe, en la esperanza y en el amor. Cristo llama a cada uno de vosotros a comprometerse con él y a asumir sus propias responsabilidades para construir la civilización del amor. Si seguís su palabra, también vuestro camino se iluminará y os llevará a metas elevadas, que dan alegría y plenitud de sentido a la vida.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, os acompañe con su protección. Os aseguro mi recuerdo en la oración y con gran afecto os bendigo. 

 
 

Vaticano, 22 de febrero de 2010

 
 

BENEDICTUS PP XVI

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