sábado, 13 de febrero de 2010

El matrimonio camino de santidad


 

¿El matrimonio es un medio para hacerse santos? ¿Por qué es un sacramento? Conoce a fondo toda la grandeza del sacramento instituido por Jesucristo.


 

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Es sabido que la Iglesia Católica entiende por sacramento un signo sensible que significa y produce la gracia en el alma, en virtud de la institución por Cristo. Los sacramentos producen la gracia, es decir la vida divina. Los sacramentos son instrumentos de vida divina, los instrumentos de vida divina por excelencia, porque Cristo mismo los ha instituido y los ha establecido como medios por los cuales desarrollamos la vida divina en nosotros. Son estructuras santificantes que sumergen nuestra vida en la de Dios. Y el matrimonio es un sacramento.


 

Decir que el matrimonio es un sacramento es, pues, decir, que es un instrumento de vida divina, de gracia, de santidad; que es fundamentalmente eso antes que otra cosa, porque este carácter de instrumento de vida divina tiene una importancia tal que supera toda otra. Instrumento de vida divina quiere decir medio de santidad. El matrimonio es por tanto, esencialmente, por ser sacramento, un medio de santificación. Todos los demás elementos de amor satisfecho, de institución social, de base de la familia, se hacen secundarios. No es que dejen de existir, pero dejan de ser lo principal en la unión conyugal. Por ser sacramento -vuelvo a repetir-, instrumento de santidad y de vida divina, este aspecto absorbe a todos los demás.


 

En este sentido, la Iglesia tiene derecho a legislar sobre el matrimonio, porque es un acto divino. Por supuesto, que la Iglesia deja al estado sus legítimos derechos en cuanto a los efectos sociales que tiene naturalmente unidos el matrimonio.


 

INSTITUCION NATURAL


 

El matrimonio es una institución natural. Es decir, existe fuera de la religión cristiana y hasta fuera de toda religión. Está inscrito y regido por la misma naturaleza del hombre. La Iglesia no ha creado el matrimonio y ni siquiera ha pretendido transformarlo. Los paganos se casaban según las reglas en uso en la sociedad, y cuando los paganos casados se convertían al cristianismo, casados quedaban. La Iglesia reconocía la validez de este casamiento natural. El no-cristiano se casa sin recibir el sacramento, y cuando se convierte, permanece casado; el matrimonio natural se hace sacramento.


 

El matrimonio de los cristianos es, pues, el de los paganos. Es el matrimonio a secas, que entre los cristianos llega a ser un sacramento. Imposible para el cristiano casarse sin recibir el sacramento; pero, al mismo tiempo, este matrimonio, que es sacramento para él, es la institución natural que se encuentra en toda la humanidad, unión perpetua entre el hombre y la mujer, con vistas a fundar un hogar. El matrimonio cristiano es la institución natural del matrimonio, y al mismo tiempo ya no lo es, porque ha llegado a ser sacramento, instrumento de vida divina. El sacramento es la institución natural divinizada.


 

Esto confiere al matrimonio un lugar especialísimo entre los sacramentos. Los demás sacramentos han sido creados en todas sus partes por Cristo con el fin de conferir la gracia; no existen más que en función de la vida cristiana, en función de la inserción del cristiano en la Iglesia. Al afirmar que el sacramento del matrimonio es la divinización de la institución natural del matrimonio, corremos sin embargo con el peligro de caer en un equívoco: confundir el sacramento con una bendición o consagración que se añade a lo que es natural. No. No es en virtud de una bendición o consagración por lo que se obra el sacramento. Los cónyuges son los ministros de este sacramento; el sacerdote, es sólo un testigo cualificado. El matrimonio cristiano consiste como el matrimonio de los no cristianos en el intercambio de los consentimientos, pero para el cristiano es un sacramento.


 

Como el matrimonio, institución natural, institución social, es de tanta importancia humana porque se halla en la base de toda la sociedad, es fundamento de la familia, origen de los lazos más íntimos y estables, con todas las consecuencias que estos lazos llevan consigo: solidaridad de orden social, solidaridad económica, lazos de la sangre y afectos que de ellos se derivan, resulta que hay que estar cerca de Dios para percibir la importancia dominante del carácter sacramental sobre todos los intereses y todos los sentimientos humanos.


 

Como, por lo demás, el matrimonio es el estado habitual de los hombres, y como tantos cristianos son cristianos mediocres, el sentido del sacramento no se desarrolla en muchos plenamente, ni siquiera se llega a entender. Al mirar los aspectos humanos del matrimonio, puede no hacerse una referencia a la vida cristiana, y el sacramento puede aparecer como una añadidura del matrimonio, una especial bendición, una ayuda divina todo lo más, sin caer en la cuenta que el sacramento no se añade al matrimonio, sino que el matrimonio es un sacramento, es decir un instrumento de santidad.


 

Y este carácter sobrenatural del matrimonio lo es como es sobrenatural el carácter del sacerdocio o de la Eucaristía, que son también sacramentos. Parece que no hacen falta aspiraciones religiosas especiales para casarse, pero que sí se necesitan para ser sacerdote o para la recibir la Comunión. Y esto es una desviación chocante. Y muchas personas reciben -y lo reciben, por la naturaleza operante del sacramento- el sacramento del matrimonio con miras puramente humanas como si se tratase exclusivamente de la institución natural. Por eso se oye hablar de casarse por la Iglesia, como una etiqueta: y reciben esa vida sobrenatural, podríamos decir que casi sin darse cuenta. Luego les parecerá muy fuerte escuchar que el matrimonio es un camino de santidad, o al menos pensarán que es una expresión metafórica, cuando denomina de una manera real y clara lo que es la esencia del matrimonio cristiano.


 

San Pablo presenta la unión conyugal como la imagen de la unión de Cristo con su Iglesia. "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne" Gran misterio es éste, pero en Cristo y en su Iglesia.


 

La vida sobrenatural no está limitada en la Iglesia a un pequeño grupo de cristianos fervorosos se halla repartida por todo el cuerpo de Cristo. La vida sobrenatural, que es divina, es la vida de todos los cristianos nos es dada en primer lugar por el Bautismo, y la vida es una vocación de santidad. No todos los cristianos, sino sólo unos pocos, están llamados al celibato. La Iglesia tiene necesidad de esposos y de familias. Los esposos desempeñan, pues, en la Iglesia, un papel personal y activo; están llamados en el marco de su vocación de esposos a realizar la santidad. El carácter sacramental del matrimonio proporciona así la confirmación de esta vocación de santidad de todo cristiano, al mismo tiempo que muestra cómo obra la acción divina sobre el alma de los esposos para elevarlos a la santidad. El matrimonio como remedio de la concupiscencia... ¡Qué reducción! El matrimonio es una vía de santidad, y muy particular porque es un sacramento. El matrimonio no es, para el cristiano, una simple institución social -dice el Fundador del Opus Dei-, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo (Cfr. Eph. V, 32) (...) Signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra (Es Cristo que pasa, n.23).


 

Es sabido que la Encarnación consiste en que Dios se hace hombre en la persona del Verbo, segunda persona de la Santísima Trinidad, con una naturaleza humana compuesta de un alma y un cuerpo humanos, unida a la divinidad, a la naturaleza divina del Verbo, hasta el punto de no hacer con ella sino un solo ser, hasta el punto de que San Juan lleva la audacia de la expresión hasta decir "El Verbo se hizo carne".


 

Y después de la Redención, la vida divina de la que el cristiano se hace partícipe se extiende en los hombres, impregnando todo su ser, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, hasta el punto de poder decir, sin cometer error, que el hombre está también divinizado y que su acción resulta acción divina, a la vez que humana.


 

Ningún sacramento santifica directamente la vida profesional; es la voluntad, acorde con la voluntad de Dios, la que lo hace, pero no en su misma entraña. Pelar patatas es un acto material; se hace sobrenatural por un motivo sobrenatural. El matrimonio, por la fuerza de Cristo contenida en el sacramento, diviniza la unión conyugal. Establece entre los esposos un lazo de unidad que supera lo que la naturaleza puede hacer.


 

Por otro lado, el matrimonio no sólo santifica un acto humano, es un germen depositado en el alma y que fructifica a lo largo de toda la vida conyugal, animando todos sus actos y sentimientos. Es una presión de Dios sobre los esposos para que sobrenaturalicen su vida conyugal. Dios entra como tercer factor en la intimidad conyugal. Los esposos están unidos a Dios. Unidos a Dios: es un término muy estricto, porque siendo la acción del sacramento una acción divina casi única en el alma de los esposos, y siendo la gracia sacramental una realidad en el alma, se puede decir que los esposos tienen en el alma algo que les une realmente de una manera nueva, y esta realidad unificadora es una acción divina. En las obras de los esposos se debe traslucir el carácter divino de su unión.


 

El sacramento santifica a los esposos en sus actos espirituales, humanos y carnales. La Iglesia antes insertaba una bendición del lecho matrimonial. El acto matrimonial es santo. El amor matrimonial es santo; no solamente humano.

Es algo completamente distinto el matrimonio cristiano que la institución natural del matrimonio. Los esposos cristianos están comprometidos en una empresa divina, aunque aparentemente todo siga siendo humano, natural, en su unión. En ningún otro caso se observa con mayor fuerza esta ley de lo sobrenatural, de estar lo divino en lo humano; lo divino obra y se manifiesta en las acciones humanas, aparentemente vuelvo a repetir- completamente humanas, incluso las conformes con las leyes de la psicología y hasta con las leyes de la naturaleza física del hombre.


 

Un inciso: siempre lo sobrenatural se apoyará en lo estrictamente humano. Pero si deja de ser humano ya se ha derruido el cimiento de lo sobrenatural. La falta de amor, su mediocridad, es mediocridad o pérdida de la gracia; el acto conyugal no natural, no es humano -no lo mueve el amor- y no es santo, sino todo lo contrario, destruye la santidad del matrimonio.


 

Ninguna actividad del hombre es más espontáneamente natural, ni deriva más inmediatamente de la naturaleza, que el amor de los esposos y la comunidad de vida que de él se deriva: eso es lo que Dios transforma por el sacramento. Todas esas acciones simples y cotidianas son santificadas por el sacramento del matrimonio; y el hombre y la mujer se hacen santos en ellas.


 

No sólo Dios bendice su unión, sino que se introduce en su unión.

El amor se hace medio de salvación. Como el destino de la mayor parte de los hombres está en centrar su vida sobre el amor, el amor humano, con su aspecto afectivo y carnal, la Iglesia sabe que su salvación y su santidad exigen que busquen este amor en el matrimonio.


 

Así se expresa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica sobre San José, n.19. El amor de Dios que ha sido derramado en el corazón humano, configura de modo perfecto el amor humano. Este amor de Dios forma también -y de modo muy singular- el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.


 

Fundado sobre lo humano. Si el amor está llamado a dominar la vida, a darle su sentido; si el amor es lo más importante de la vida, si es en torno al amor como se organiza la vida, nada más grave que el amor; nada más pernicioso que los desórdenes del amor, pues el amor desordenado no es amor, es egoísmo asfixiante. Nada para combatir el egoísmo, como fomentar el amor, alimentar el amor, custodiar el amor. En esa medida se fomentará, alimentará, custodiará, la gracia sacramental.


 


 


 


 


 


 

Ayuno y abstinencia.

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.

El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.


¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

Como vivir la Cuaresma

Durante este tiempo especial de purificación, contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia nos propone y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal.

Ante todo, la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, si el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38).

Asimismo, también debemos intensificar la escucha y la meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo la práctica del ayuno, según las posibilidades de cada uno.

La mortificación y la renuncia en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien, de saber ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas, de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera, el saber renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y desprendimiento.

De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, Ia vivencia de Ia caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: "Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de Ia caridad; si deseamos Ilegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialisimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en si a las demás y cubre multitud de pecados".

Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquél a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. Así, vamos construyendo en el otro "el bien más precioso y efectivo, que es el de Ia coherencia con la propia vocación cristiana" (Juan Pablo II).

Cómo vivir la Cuaresma

1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome.

Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si realmente estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón. Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para llevarla a cabo.

2. Luchando por cambiar.

Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.

3. Haciendo sacrificios.

La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa "hacer sagrado". Entonces, hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.

4. Haciendo oración.

Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma. Puedes leer en la Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma.

¿Qué es la Cuaresma?

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

40 días

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.