jueves, 4 de febrero de 2010

Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010


 

CIUDAD DEL VATICANO, 4 FEB 2010 (VIS).-Se ha publicado hoy el Mensaje de Benedicto XVI para la Cuaresma 2010. El texto, fechado el 30 de octubre de 2009, lleva por título la siguiente afirmación de San Pablo en su Carta a los Romanos: "La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo". Sigue el documento íntegro en su versión española:


 

  "Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).


 

  Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21).


 

  "El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc  7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?


 

  En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario  salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?


 

  El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).


 

  ¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.


 

  Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.


 

  Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.


 

  Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".

MESS/CUARESMA 2010/...                                                         VIS 100204 (1560)

Consejos para la madre que trabaja fuera de casa

Sin temor a equivocarnos, podemos decir que el "precio" de salir a trabajar es elevado. La mujer sigue con la responsabilidad de atender la casa y la familia y al mismo tiempo debe luchar por salir adelante en un mundo laboral que demanda mucho física y mentalmente. 

Cada vez es más frecuente que la mujer trabaje por fuera del hogar. Algunas lo hacen por necesidad, otras por desarrollar sus intereses personales o profesionales.

No existe una fórmula mágica para alcanzar el equilibrio entre el hogar y el trabajo. Ningún modelo es mejor que el otro en términos de realización personal, ni tiene por qué afectar directamente la marcha del hogar. Lo que cuenta es tener una intención recta.

Si al quedarse en casa la madre lo hace con resentimientos y frustración, la compañía que dará a sus hijos carecerá de alegría y no será fuente de seguridad afectiva. Hay familias con madres de tiempo completo que no marchan bien, así como otras que cuentan con mamá por corto tiempo, pero viven en armonía.

Calidad y tiempo: El mayor riesgo de las madres que trabajan fuera de casa, es que el cansancio y las tensiones la pongan de mal humor, se irrite fácilmente y esté poco dispuesta a compartir su tiempo libre con los hijos. Si esto sucede, será conveniente plantearse la forma de asumir el trabajo y estudiar la posibilidad de buscar ayuda en las labores hogareñas.

Por otra parte el teléfono móvil puede facilitar, usado con prudencia, la cercanía con los hijos

Los niños necesitan una madre atenta y preocupada por sus intereses para sentirse felices y valorados. El corto tiempo que se dispone para los hijos debe ser compensado por la "calidad" de él. 

Pero es bueno no hacerse trampas: un mínimo de tiempo con ellos es esencial. Quizás es bueno realizar en forma entretenida algunas tareas juntos, como las compras, la limpieza de la casa, lavar platos, etc. En este compartir, los niños aprenden del ejemplo que les da su madre y puede ser una buena oportunidad para la comunicación de madre e hijo.

Lo importante no es que se aporte mucho o poco dinero a la casa, salvo cuando ese ingreso es vital para el hogar. Importa más la contribución prudente, serena y profunda al bienestar del hogar. Por último no olvide pedir ayuda a su cónyuge para buscar soluciones a este tema: él debe tener el mismo interés que usted.

Será beatificado un sacerdote que murió mientras celebraba misa

El padre José Tous y Soler subirá a los altares el próximo 25 de abril

BARCELONA, miércoles 3 de febrero de 2010 (ZENIT.org) Para el padre Alfonso Ramirez Peralbo OFMCap., postulador de la causa de canonización del padre José Tous, la vida de este sacerdote catalán fue "una misa continua" y quizás por eso fue llamado a la Casa del Padre mientras justo luego de la consagración eucarística en la capilla del Colegio de las hermanas Capuchinas en Barcelona en 1871.

Este sacerdote español, fundador de las hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor, será beatificado el 25 de abril, día del Buen Pastor en la Iglesia de Santa María del Mar, en Barcelona.

Llamado por Dios

Nacido en Igualada (Barcelona – España) en 1811, tenía 16 años cuando entró a formar parte de la orden capuchina. Con una intensa vida espiritual silenciosa, estudiosa y llena de abnegaciones, fray José pasó por diferentes conventos en su país y se preparó para su ordenación sacerdotal, en 1834.

Un año más tarde tuvo que enfrentar una de las pruebas más duras de su vida: el exilio debido a la persecución vivida en España en el siglo XIX, cuando muchos religiosos fueron sometidos a la exclaustración.

Varios meses pasó recorriendo la costa mediterránea por el norte de Italia hasta que en 1937 llegó a Francia y se instaló en el monasterio de las benedictinas en Tolouse. Allí se dedicaba a la contemplación y a la adoración eucarística, así como a la ayuda espiritual de las jóvenes religiosas.

Regresó a Cataluña en 1843, donde comenzó a trabajar en la Iglesia local como sacerdote secular, debido a que no le era permitido ejercer la vida conventual, ni vestir el hábito capuchino. Por ello vivía con sus padres y trabajaba en varias parroquias cercanas.

El padre José descubrió así que tenía una sensibilidad especial hacia la educación de los niños. "Como Jesús ante la multitud sintió compasión porque las ovejas se hallaban sin pastor", dijo su postulador. Y esa misma sensibilidad la encontró también en tres chicas que él conocía: Isabel Jubal, Marta Suñol y Remedio Palos.

Por ello, el padre José Tous aceptó orientar a estas chicas. Estudió la regla de Santa Clara de Asís y adaptó las Constituciones capuchinas de la beata Mª Ángela Astorch para unas Capuchinas Terciarias de Enseñanza. Así nació la congregación de las Hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor.

La primera comunidad se estableció en la localidad de Ripoll en marzo de 1850 y el 27 de mayo del mismo año abrieron la primera escuela.

El padre Tous las exhortaba a "derramar en el tierno corazón de los niños los santos pensamientos y devotos afectos que Dios les comunicaba en la oración".

"Vivió su entrega a Dios y su consagración a las hermanas con el ánimo puesto en el Buen Pastor, dijo que a las niñas debería tratárseles con el cariño maternal", asegura el padre Ramírez en diálogo con ZENIT.

Actualmente las hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor tienen comunidades en Cataluña, Murcia, País Vasco y Madrid. En América Latina están también presentes en Nicaragua, Costa Rica; Guatemala, Colombia y Cuba.

El padre Ramírez señala que la vida del futuro beato resulta ejemplar, especialmente en este año sacerdotal: "por su fe encendida que vive en el día a día sin querer sobresalir".

Una misa que lo llevó a la Eternidad

El padre Tous no tenía ninguna enfermedad terminal en el momento de su muerte. Sin embargo, según asegura su postulador, se cree que por las tensiones que tenía que enfrentar sufrió un gran desgaste físico tal que acabó con su vida en plena misa, justo después de la consagración mientras decía estas palabras del canon Romano: "Dirige tu mirada serena y bondadosa sobre esta ofrenda: acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel...", en ese momento se inclinó y se desplomó.

El párroco de San Francisco de Paula, fue a recoger su cuerpo exánime y a terminar la Misa.

"La vida de los santos suscita estupor porque vemos como dentro de ellos la gracia de Dios es capaz de realizar esas obras admirables ante nuestros propios ojos. El camino está abierto para quienes quieran seguir con sinceridad de corazón como lo hizo el padre Tous", concluye su Postulador.

Por Carmen Elena Villa Betancourt